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    ALQUIMIA DEL VERBO  (Primeras prosas, 1870)

       Me gustaban las pinturas idiotas, dinteles, decorados, lonas de saltimbanquis, rótulos, estampas populares, la literatura pasada de moda, latín de iglesia, libros eróticos sin ortografía, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, pequeños libros infantiles, antiguas óperas, estribillos tontos, ritmos ingenuos.

       ¡Inventé el color de las vocales! - A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Regulé la forma y el movimiento de cada consonante y, con ritmos instintivos, me precié de inventar un verbo poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos. Retenía la traducción.
    Esto fue al principio, un estudio. Escribía silencios, noches, anotaba lo inexplicable. Fijaba vértigos.


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    BAILE DE LOS AHORCADOS  (Poemas selectos, 1870)


    En el negro patíbulo, manco amable,
    bailan, bailan los paladines,
    los flacos paladines del diablo,
    los esqueletos de los Saladinos.


    Monseñor Belcebú tira de la corbata
    de sus pequeños títeres negros gesticulando sobre el cielo,
    y, dándoles en la frente un revés de chancla,
    les hace bailar, ¡bailar al son de una vieja Navidad!


    Y los títeres chocando, enlazan sus endebles brazos
    como órganos negros, sus pechos a la luz
    que en otro tiempo estrecharon ricas señoritas,
    se hieren continuamente en un horrible amor.


    ¡Hurra! ¡alegres bailarines que ya no tenéis panza!
    ¡Podéis cabriolar, los escenarios son tan grandes!
    ¡Arriba! ¡que no se sepa si es baile o batalla!
    ¡Belcebú rasca sus violines con rabia!


    ¡Oh duros talones, no se gasta la sandalia! Casi todos se han quitado la camisa de piel;
    lo demás es poco molesto y se ve sin escándalo,
    sobre los cráneos, la nieve aplica un sombrero blanco:


    El cuervo hace penacho en esas cabezas chifladas,
    un trozo de carne tiembla en su magro mentón:
    se dirían, girando en las sombras mezcladas,
    guerreros, tiesos, golpeando armaduras de cartón.


    ¡Hurra! ¡El cierzo silba en el gran baile de los esqueletos!
    ¡El patíbulo negro muge como un órgano de hierro!
    Los lobos van respondiendo desde bosques violetas
    En el horizonte, el cielo está de un rojo infierno....


    ¡Eh! sacudidme esos capitanes fúnebres
    que desgranan, con disimulo, con sus gordos
    huesos rotos un rosario de amor sobre sus pálidas vértebras
    ¡esto no es un monasterio, señores difuntos!


    ¡Oh! he aquí que en medio de la danza macabra
    salta al cielo rojo un gran esqueleto loco
    desbocado por el impulso, como un caballo que se encabrita:
    y, sintiendo todavía la tensa cuerda en el cuello,


    crispa sus pequeños dedos sobre su fémur que cruje
    con chirridos parecidos a risitas,
    y, como un bufón que entra en la barraca,
    rebota en el baile al compás de los huesos.


    En el negro patíbulo, manco amable,
    bailan, bailan los paladines,
    los flacos paladines del diablo,
    los esqueletos de los Saladinos.