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    LA NOVIA DE ABYDOS  (1813)

    Lentamente la mañana disipa la oscuridad; pocos trofeos de la contienda permanecen: los gritos que turbaron la medianoche se han llamado a silencio.
    Se ven allĂ­ todos los vestigios de violencia que aquella orilla pudo soportar. Fragmentos de cada arma estremecida. Huellas de pasos dados, y luego estrellados sobre la arena y rastros de muchas manos que lucharon en la playa.
    Se divisa una linterna rota y una barca sin remos. Y enredado en un alcor de maleza yace un capote blanco, desgarrado y manchado de oscura sangre roja. Hasta el mar lo ha rizado en vano. ¿DĂłnde está el que lo vestĂ­a?
    Mas quien quiera lamentarse sobre sus restos deberĂ­a acercarse hasta el acantilado de Gijeo y buscarlos donde las olas rugen en la costa de Lemnos:
    Las aves graznan por encima de su presa, sobre la que dirigen sus picos hambrientos; y su cabeza mecida en su mĂłvil almohada se alza de acuerdo al vaivĂ©n de las olas. 
    Una mano que pareciera moverse sin vida amenaza casi con pelea. Es elevada con la marea y pronto desciende acompañada de una onda.
    ¿QuĂ© otros cuidados ha de necesitar, mientras aquel cadáver pueda descansar dentro de una tumba viva?
    Los pájaros que despedazan esa figura exánime no han robado sino la intención a los más pequeños gusanos. Cuyos únicos corazones y únicos ojos hubieran sangrado y llorado al verlo morir, intentando disponer decorosamente de sus miembros y enlutándose sobre las gemas de su turbante.
    Se ha desbordado ya aquel corazón y sus párpados se han cerrado, mucho antes que los suyos.



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    LARA  (1814)

    En la noche, Lara se dirige hacia transparentes aguas que reflejan en sus cristales la imagen de los astros. Las aguas están de tal manera tranquilas, que parecen inmóviles, no obstante que huyen con la rapidez de la dicha, reflejando en su mágico espejo las inmortales radiaciones que centellean en el firmamento. Sus riberas están bordadas de espesos árboles y de las más bellas flores deseadas por las abejas, dignas de que Diana tejiese con ellas su corona, y dignas también de que la inocencia la ofreciese al objeto de su cariño.
    Todo embellece la ribera; las ondas se despliegan en bandas sinuosas y brillantes como los anillos de una serpiente; todo está tan tranquilo que no nos aterraría ni una aparición, por espantosa que fuese, en la seguridad de que ningún ser maligno podría causarnos daño en semejante sitio y en noche como aquélla.
    Pensaba Lara que era aquel un dulce momento, pero tan sólo para los justos. No se detuvo más que algunos instantes, y en silencio volvió a tomar el camino de su castillo.
    No podĂ­a su alma contemplar aquellas escenas que le recordaban otros dĂ­as, cielos más puros, lunas más brillantes, noches aĂşn más templadas y más exquisitas, quizá corazones que ahora…No, no; estalle pronto la tempestad sobre su frente y su furor pasará sobre ella sin que se digne apercibirse de su paso; pero una noche como aquĂ©lla, una noche tan hermosa, ¿no es un reto lanzado a su rostro por la naturaleza?

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    MAZEPPA  (1817)

    » El sol se ocultaba sin que viese para mĂ­ esperanza de salvaciĂłn. Me creĂ­ condenado a juntar mis cenizas con las del frĂ­o cadáver a que me habĂ­an atado. Mis oscurecidos ojos tenĂ­an necesidad de la muerte. DirigĂ­ mis Ăştimas miradas hacia el cielo y, entre el sol y yo, distinguĂ­ un cuervo impaciente que esperaba con ansĂ­a a que yo muriese como mi caballo para empezar su festĂ­n. Revoloteaba a nuestro alrededor, se paraba a poca distancia y remotaba su vuelo. A la luz del crepĂşsculo veĂ­a sus alas extendidas sobre mi cabeza. Se aproximĂł tanto a mĂ­, que habrĂ­a podido golpearle si no me faltaran las fuerzas; pero el ligero movimiento de mi mano, la arena suavemente removida, y en fin, los apagados sonidos que, apenas parecidos a una voz, salieron con esfuerzo de mi garganta, fueron bastante para asustarlo y tenerlo desviado.
    » Ignoro lo demás…mi Ăşltimo desvarĂ­o es para mĂ­ el confuso recuerdo de una brillante estrella que a lo lejos fijĂł agradablemente mi mirada y que hacĂ­a mĂ­ se dirigĂ­a como una luz dulce y trĂ©mula.
    » Recuerdo aĂşn la sensaciĂłn frĂ­a, dolorosa y confusa de la vuelta de mis sentidos, la calma de la muerte que la sucediĂł y luego un ligero soplo que me reanimĂł de nuevo, un breve sentimiento de bienestar, un peso helado que oprimiĂł mi corazĂłn y algunas chispas que cruzaron en mi mente…una respiraciĂłn fatigosa, una palpitaciĂłn precipitada, un estremecimiento sĂşbito, un suspiro, y nada más.